Acaba de concluir en Brasil, el encuentro mundial
sobre desarrollo sostenible, organizado por las Naciones Unidas. Nuevamente Río
de Janeiro sirvió de sede, 20 años después de la cumbre sobre ambiente y
desarrollo escenificada en esa ciudad en 1.992. En Río+20 acudieron
presidentes, delegados gubernamentales, representantes del sector privado,
ambientalistas y grupos indigenistas, fuerzas vivas que enfocaron el problema
que representa el incremento de la demanda de los recursos naturales y su
peligrosa disminución, mientras que la diferencia de ingresos en la población
es cada vez mayor. Sobre la mesa global colocaron un nuevo impulsor de
crecimiento capaz de generar buenos empleos, eliminar la pobreza, sin causar
perniciosos daños al planeta. Ese motor llamado economía verde, sería el
responsable de activar el desarrollo sin comprometer las necesidades de las
próximas generaciones. Desgraciadamente este plan de soluciones verdes para el
futuro que añoramos se quedó corto y la solución a la ecocrisis se verá
postergada hasta el 2.015 y sujeta a la acción gubernamental, encargada de
poner en practica las decisiones planteadas en la agenda de trabajo y de la
presión que ejerza la sociedad civil para activar lo poco ambicioso del proyecto
presentado. Al no lograrse el concenso que se esperaba en esta mega reunión,
pensamos con amargura que una vez más, la economía eclipsó a la ecología.
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