En el corazón del país late una bomba de tiempo próxima a ser detonada. Nicolas Maduro, el presidente impuesto a la fuerza por Chávez y la revolución bolivariana tiene el fulminante en sus manos. El madurismo, con el apoyo extremista de los cubanos enchufados, intenta a costa de lo que sea, con sangre si es preciso, mantener el poder. Capriles llama a la calma y la paz, pero al mismo tiempo con firmeza reclama, el derecho que le da la ley al recuento de los votos, pues las cuentas no le cuadran.
Con la velocidad de un rayo, proclaman a Maduro presidente y lo juramentan con una rapidísima maniobra tipo comando, que bien quisiera la nación que la implementaran contra la violencia, inflación, seguridad ciudadana y desabastecimiento.
Ante este turbio panorama, la comunidad internacional está dividida, los genuflexos paises, de la especie barril sin fondo, los cuales reciben incalculable dádivas del gobierno venezolano, ratifican a Maduro como presidente, temerosos de perder los petrodólares que entran a sus arcas. Por el otro lado, paises con tradición democrática, timidamente se pronuncian a favor de volver a contar los votos, ante el temor de expropiaciones y represalias económicas en contra de sus inversiones depositadas en Venezuela.
El madurismo en su desaforada carrera, pasa de los enfrentamientos verbales a los físicos, las pacíficas demostraciones de la oposición son embestidas brutalmente, amenazando con radicalizar aún más las acciones, emulando a las desarrolladas en la oprimida isla del mar de la felicidad.
Desgraciadamente como esa olla de presión bolivariana no tiene válvula de escape que alivie las tensiones, la cuenta regresiva nos anuncia que en cualquier momento puede explotar y nos desgarraría el alma que ese artefacto contentivo de odio e intolerancia derramara la preciosa sangre de un bravo pueblo.
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