El 2 de febrero de 1999 y ante la mirada extraviada del Dr. Rafael Caldera, Hugo Chávez, presidente electo de la República de Venezuela, juró sobre la moribunda constitución de 1961 que impulsaría las transformaciones democráticas necesarias para que la nueva república tuviera una carta magna adecuada a los nuevos tiempos. Ese día afirmó no ser el diablo, que prefería la muerte a la traición, que se convertiría en el primer soldado de la batalla, pues la nación estaba al borde de una sepultura y que por encima de toda la catástrofe, se estaba viviendo una verdadera resurrección. Hoy en ese sepulcro blanqueado llamado Venezuela, se desconoce la verdadera situación del agonizante presidente, contradictorios comunicados oficiales, dan cuenta de la lucha que mantiene por sobrevivir. La nueva juramentación presidencial expiró ante un hermetismo propio de los cubanos y del clamor ciudadano por conocer los hechos. La desahuciada constitución es interpretada según el designio de los entes gubernamentales con la bendición de los miembros del Tribunal Supremo de Justicia, quienes intentan dar la impresión de ser ecuánimes, pero la hipocresía y la maldad les reverbera por dentro. La desfalleciente constitución bolivariana se encuentra maniatada y en terapia intensiva, una cánula atraviesa su estructura y no le permite hablar. En medio de una séptica sala y rodeada de escribas y fariseos, pide como último deseo de moribunda que le permitan expresarse libremente.
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