La onda expansiva de una fuerte bomba lanzó al suelo a los corredores que cruzaban la meta, una nueva explosión a los pocos segundos terminó de sembrar el pánico. Humo, polvo, fragmentos disparados, muertos, heridos y sobre el pavimento sangre derramada un día patriótico en Boston. Repudiamos cada vez que mentes criminales, con los dedos chorreantes en sangre fria, acaban con vidas inocentes. No compartimos el abominable terrorismo fanático o el de un perturbado mental, nos laceran estos viles ataques, que por estar en contra de los sublimes principios humanitarios, hieren profundamente nuestra pacífica sensibilidad. Esparcir el terror como medio de lucha para imponer ideales o posturas, no justifica de ninguna manera estas cobardes agresiones.
Los Estados Unidos nuevamente vuelven a sentir, en carne viva, un impacto similar al de 2 aviones estrellándose un fatídico11 de septiembre contra las Torres Gemelas. El país disparó las alertas, las ciudades emblemáticas subieron los códigos de seguridad, el gobierno respondió con la misma celeridad de los abnegados y valerosos servidores que prestaron auxilio a las víctimas. La imágen de un niño de 8 años, asesinado en una final mortal de un pacífico maratón internacional, se graba en las mentes ciudadanas. El país no se doblega ante atentados de esta naturaleza y orgullosamente renueva sus férreos principios. Un pueblo herido, más nunca de muerte, se empina sobre los escombros y mientras busca afanozamente a los criminales, en la plenitud del silencio, lentamente iza a media asta su bandera y eleva cabizbajo una plegaria al cielo.
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