Eran las 11 y 30 de una placentera mañana en Southerland
Springs, una pequeña y tranquila comunidad texana, y al momento que los
feligreses de la Primera Iglesia Bautista atendían el servicio dominical, irrumpió
Devin Kelley armado con un fusil de asalto AR-15. Kelley, un americano
anglosajón de 26 años, dado de baja en el ejército por mala conducta y con
historial criminal, soltó una continua ráfaga mortal alcanzando a los devotos congregados.
El
cobarde ataque, considerado el peor acaecido en Texas y el quinto en la
historia moderna del país, estremeció la quietud de la población. Las
autoridades se han abocado a establecer las razones e implicaciones de esta
atrocidad, entre ellas cómo compró legalmente el arma con su oscuro pasado. Las
opiniones en este caso están divididas pues un grupo encabezado por el
presidente Trump señala que el ataque es producto de un desequilibrado mental,
esquivando clasificarlo como un acto terrorista y eludiendo colocar sobre el
tapete la necesidad de legislar sobre el control de armas. Por otro lado, da la
ligera impresión que los asesinados y heridos no vivieron la traumática
sensación de miedo, inseguridad y angustia propias del terrorismo, sugiriendo así
mismo que sólo las cobardes acciones perpetradas por el radicalismo islámico
deben ser consideradas como terrorismo puro.
Pensamos
que un demonio no apretó el gatillo, que el Padre Nuestro consuela, pero no le
pone punto final a estas matanzas, que es necesario una revisión sicológica y
de antecedentes, leyes para controlar las armas y que el abanico de la
definición de terrorismo se amplíe y acoja masacres como esta.
En
el capítulo de las Sagradas Escrituras que quedó inconcluso y manchado con
sangre, el Todopoderoso responsabiliza a los Escribanos y Fariseos por la
muerte de sus seguidores y les advierte que por ley divina no escaparán de la
condena que depara el infierno, esperamos que algún día las leyes terrenales
también los juzguen y sentencien como terroristas.
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