El Ártico, esa prístina y fría región al norte del planeta, con un
exuberante ecosistema y una biodiversidad alucinante, abundante en
valiosos recursos naturales y minerales, espacio vital de pueblos autóctonos,
se halla en peligro. Canadá, EEUU, Dinamarca, Rusia, Finlandia, Islandia,
Noruega y Suecia, países agrupados en el Consejo del Ártico, luchan por
apoderarse a como dé lugar de un gélido trozo de ese codiciado lugar.
El deshielo en el Ártico, secuela del calentamiento global, ha
incrementado el tráfico marítimo a través del Círculo Polar Ártico, abriendo
rutas comerciales y turísticas que conectan Asia, Europa y Norteamérica con un
ahorro en costes y tiempo, pero con graves riesgos ambientales por el aumento
de la temperatura del agua y la merma del hielo.
Vladimir Putin, el presidente ruso, recién inauguró una gigantesca
planta de gas licuado en el Ártico y botó el primer buque cisterna rompehielos
del mundo, capaz de navegar todo el año, con 172.600 metros cúbicos de gas
natural en sus bodegas. En este proyecto proclive a generar contaminación,
participan compañías de Rusia, China, Francia y España.
Desde finales de los años 70 las empresas petroleras estadounidenses le
tienen la vista puesta a la faja petrolera en las costas del Ártico, incluyendo
el Refugio Nacional de Vida Salvaje de Alaska, espacio reservado a la
protección del clima, la fauna y la población nativa de la zona. Pero el
presidente Donald Trump, escéptico sobre los efectos del cambio climático, se
prepara para otorgar licencias de perforación en ese territorio, apoyado por
Lisa Murkowski, presidenta del Comité de Recursos Naturales y Energía del
Senado y respaldado por la reforma fiscal que lograría el ingreso de miles de
millones de dólares a las arcas de la nación.
El peligro que encara el Ártico es una cuestión que involucra a todos
los habitantes del planeta y no sólo a los grupos defensores del ambiente, el
grave riesgo por la contaminación podría ocasionar catastróficas e imprevisibles
consecuencias. Todavía podemos detener el voraz apetito de empresas que buscan
enriquecerse apoyadas en laxas regulaciones gubernamentales. Unamos nuestras
voces, salvemos el Ártico.
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