En el opio, la milenaria droga obtenida
de la amapola está presente una sustancia que alivia el dolor, pero que también
genera euforia, crea dependencia física y adicción. Entre el grupo de narcóticos
derivados del opio podemos mencionar la heroína, los analgésicos recetados y
opioides sintéticos como el potente fentanillo.
Las estadísticas por consumo de opioides son devastadoras, se estima que
por sobredosis en 2016 murieron más estadounidenses que en la guerra de
Vietnam, a diario fallecen más ciudadanos intoxicados que por accidentes de
tránsito o armas de fuego. En la Florida, donde abundan las llamadas clínicas
del dolor, los especialistas reportan una víctima cada dos horas.
Ante este grave problema de compleja solución,
las autoridades federales y locales se enfocan en la prevención con programas
educativos, controlando la prescripción y venta, impidiendo el tráfico ilegal y
creando nuevos centros para el tratamiento
y la rehabilitación; pero estos paliativos encuentran una piedra de tranca con
los poderosos intereses de la industria farmacéutica que, en abril de 2016
logró cambios legales en el Congreso para frenar los esfuerzos de la agencia antinarcóticos
(DEA) por controlar la desbordada
fábrica de calmantes. A esta lucha contra los estupefacientes se unió el
presidente Trump y declaró la adicción como un problema de emergencia nacional
y eligió como zar antidroga a Tom Marino, abogado y congresista Republicano,
personaje que fue obligado a renunciar a
la candidatura, tras ser descubierto por periodistas investigadores haciendo
‘lobby’ a favor de las empresas farmacológicas que elaboran analgésicos a
partir de opiáceos.
Ante
esta terrible epidemia pensamos que no era viable postular a un ratón hambriento
de dinero como custodio del multimillonario queso que representan los opioides
por prescripción.
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