Comienzo el escrito declarando mi oposición al uso de cualquier forma violenta para imponer proyectos, sistemas o planteamientos politicos, sociales, económicos o religiosos. Soy un pacificador de oficio, por ello no comulgo con actuaciones terroristas bien sean de izquierda, derecha o del mismo centro. No digiero ese tan manido pensamiento político donde los fines justifican los medios, no disfruto a Maquiavelo ni a sus seguidores que colocan sus objetivos y planes por encima de la ética y la moral. Tampoco veo la diferencia entre un terrorismo selectivo o uno perpetrado al azar, en ningún caso la muerte puede justificarse aniquilando cobardemente a inocentes o culpables.
Hace 10 años me encontraba en Maracaibo, mi ciudad natal, preparando un taller de creatividad infantil en la Casa del Profesor Universitario de la Universidad del Zulia, El Club de Leones auspiciaba un concurso internacional de carteles por la paz. Coincidió la actividad con la caída, cual naipes incendiados, de las Torres Gemelas en Nueva York. Los niños inspirados con un definido espíritu de justicia y solidaridad, evocaron en reconciliatorios dibujos, el estado de concordia y de calma que debe reinar entre los hombres de buena voluntad, rechazando de plano los violentos actos terroristas perpetrados el 11 de septiembre.
Diez años después de la matanza, sigo condenando con más fuerza el terrorismo, jubiloso dibujo con los niños por un mundo mejor y creo como nunca en la paz, amoroso fruto necesario para la sana convivencia entre los seres humanos.
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