Por el bien de la
nación y del planeta queremos concederle al señor Donald Trump el justo
beneficio de la duda, pero los ambientalistas no compartimos las posiciones que
mantuvo durante su campaña electoral. No podemos apartar de nuestro pensamiento
sus impetuosos discursos donde aseveró que el calentamiento global es un cuento
chino, inventado por estos para posesionarse del mercado global, que retirará a
los Estados Unidos del Acuerdo de París, invalidará los decretos anunciados por
Obama para restringir la emanación de gases de efecto invernadero, que renovará
la autorización del oleoducto Keystone, la explotación petrolera en el Ártico y
el Atlántico, que el cambio climático no tiene basamento científico por ser
inexistente y fraudulento y que eliminará las restricciones de la Agencia de
Protección Ambiental.
Por momentos nos habíamos alegrado
con las reuniones que sostuvo con Al Gore y Leonardo DiCaprio, connotados
ambientalistas, pero nuestras esperanzas se vinieron al suelo, cuando nombra a Scott
Pruitt, como director de la Agencia de Protección Ambiental (EPA por sus siglas
inglesas) y nuestra desconfianza aumenta aún más dada la férrea actitud de Pruitt,
quién, desde su cargo de fiscal en Oklahoma, ha negado la actitud del hombre
como causante del cambio climático, demandado a la agencia ambiental y
defendido los combustibles fósiles para la obtención de energía, en contra de
las limpias producto de recursos renovables. Evidentemente que, con esta
designación, Trump no piensa eliminar la agencia, por lo contrario, la va a
adecuar a los poderosos intereses económicos de las industrias contaminantes,
transformándola por decreto ley, en una mediocre agencia de destrucción
ambiental (EDA por sus siglas en inglés).
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