Desde que Nicolás
Maduro tomó el poder, Venezuela se ha visto envuelta en un sinnúmero de azarosos
vaivenes. El régimen, siguiendo las explícitas instrucciones de Cuba, ha
conducido al país por una delicada espiral lúdica propia de la casualidad y ha
utilizado vacilantes medidas que parecen ser sacadas del Monopolio, el popular
juego de mesa.
El
chavismo maneja el “banco”, distribuye el dinero y lo cambia, cede, subasta y
expropia las construcciones y las propiedades y no separa el capital personal
del de la banca, como lo establece las reglas del juego. Mientras la nación
sigue dando tumbos, los arruinados ciudadanos cada vez que pasan por “salida”
recogen los desechados billetes de cien que les corresponden, esperando que el
azar puesto en los dados, no los haga pernoctar frente a los bancos para
cambiarlos o que los manden a la “cárcel” por atreverse a protestar. El pueblo recorre
asustado las casillas del Monopolio y si la providencia lo hace caer en la de
la “luz” o el “agua”, se percata que, con el monopolio estatal de los servicios
públicos, más son los días de apagones por culpa de iguanas colocadas por la
extrema derecha en las centrales eléctricas o la constante sequía producto de
la alta tecnología imperialista que desvió a El Niño hacia costas venezolanas.
Una vez superadas estas situaciones, los ciudadanos cruzan los dedos para que
los dados no los obliguen a pisar ninguna casilla correspondiente a “industria”
o “comercio”, pues tendrían que pagar altos “alquileres” por locales que fueron
expropiados, invadidos o saqueados. Lo mismo ocurre si la mala suerte lo lleva
a acudir a un “hospital”, por esta fortuita situación deberá esperar dos turnos
sin jugar mientras agoniza por falta de insumos. Arriesgada también sería la
situación al detenerse en los espacios dedicados a las estaciones del “tren”,
pues al salir pudiese ser víctima de un secuestro expreso y tenga que
declararse en bancarrota. Este singular Monopolio, símbolo del capitalismo de
Estado revolucionario, tiene a los insaciables jugadores bolivarianos
peleándose entre sí para enriquecerse, sin apiadarse de la hambrienta población
que desesperadamente escarba en los basureros, para intentar mantenerse en el
juego cotidiano.
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