Las calles arden en
Venezuela, el pueblo, hastiado de penurias y falta de libertad, ha salido a
protestar pacíficamente como lo establece la constitución bolivariana. Ante
este derecho ciudadano el régimen ha respondido con una feroz represión, gases
tóxicos, golpes, allanamientos, detenciones, chorros de agua a presión,
disparos; perversas acciones ejercidas para intentar callar la libérrima
voluntad ciudadana.
Los
estudiantes encabezan las protestas y ante los alevosos ataques reaccionan
armando barricadas, lanzando piedras y cocteles inflamables; a ellos se les suman líderes políticos, amas
de casa, ancianos, obreros y el resto de los ciudadanos que viven atormentados
por el desabastecimiento, la violencia, la corrupción y el resto de las plagas
creadas por el chavismo criminal.
Ante la
presión internacional y el país ardiendo, el dictador busca apoyo que no
encuentra, desesperado clama por paz, pide diálogo y promete elecciones, pero
nadie cree en sus ofrecimientos.
Las
calles llevan días ardiendo, el régimen intensifica la brutal represión,
aumenta el número de heridos, muertos, intoxicados, golpeados, encarcelados,
pero el bravo pueblo no cede, resiste sin miedo, no piensa enfriar las calles
hasta que el dictador las enfríe con su partida.