Los pacifistas estamos
aterrados, en nombre de la seguridad nacional, Donald Trump, el gran comandante
en jefe del ejército más poderoso del mundo, bajo la premisa de estar comprando
la paz, se prepara para empezar a ganar guerras. Para el beligerante presidente,
la lucha armada es un buen negocio ya que los barcos y los aviones, a ser
usados en los conflictos, serían fabricados por trabajadores americanos, lo
cual contribuiría a disminuir el desempleo y a revitalizar la decaída industria
de armamentos.
Los
pacificadores temblamos ante la seria posibilidad de que el impredecible Trump
lleve a la nación a un enfrentamiento nuclear, su deseo de ampliar el arsenal
atómico y dejar a un lado las limitaciones de armas nucleares con Rusia, ponen
en peligro la paz mundial.
El belicoso magnate,
quien evitó cinco veces cumplir el servicio militar durante la contienda con
Vietnam, hizo fatuos alardes de saber más de combates que los generales, pues
ellos están reducidos a escombros.
El mundo está seriamente
preocupado por los ataques del aguerrido mandatario a la OTAN, a la que
califica como obsoleta y amenaza con retirarse de la organización.
Los amantes de la paz
estamos plenamente convencidos que la guerra no es la solución a las crisis,
que la palabra, los pactos y la tolerancia previenen los conflictos armados y
la consecuente pérdida de valiosas vidas en los campos de batalla.
Los perros de la guerra están felices, los
clarines anuncian la cruzada que alimentarán sus arcas. El prepotente guerrero
necesita continuar elevando su ego, no importa que para lograr su objetivo se
eleve el gasto militar y se inicie una peligrosa carrera armamentista.
Los
hombres y mujeres de buena voluntad debemos enarbolar la blanca bandera de la
paz y resistirnos a una posible conflagración mundial.
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