Un importante estudio de
la Asociación Americana de Universidades relata que una de cada cinco
estudiantes universitarias, ha sido víctima de abuso sexual en los campus
universitarios del país.
El mayor número de ataques son cometidos
por personas conocidas, en el primer año de estudio, durante fiestas en
fraternidades, en dormitorios o en áreas públicas del recinto estudiantil y
casi siempre está presente el uso de alcohol o drogas. La mayoría de las veces las
agredidas silencian la denuncia por vergüenza, la dificultad anímica de
confesar, porque piensan que no les creerían, temor al atacante o la dificultad
de probar que no hubo consentimiento.
Esta severa tragedia
llevó en el 2014, al presidente Barack Obama a instaurar la campaña “Depende de
Nosotros”, donde se pronunció contra la tolerancia silenciosa frente a estos
desmanes y exigió a los claustros universitarios la prevención, denuncia y
castigo a los agresores, así como prestar diligente asistencia a las abusadas
sexualmente.
Recientemente
la colectividad ha reaccionado indignada ante el caso judicial en el cual
estuvo envuelto Brock Allen Turner, estudiante y campeón de natación de la
acreditada Universidad de Stanford, quien fue condenado a tan sólo seis meses
de prisión y libertad condicional, por los delitos de violación y penetración a
una persona intoxicada e inconsciente; contrastando esta benévola sentencia con las penas
de hasta 14 años, con que se castiga este tipo de crimen en California.
La anónima víctima en una
emotiva y extensa carta, leída por ella al final del
juicio, manifestó que no quería su cuerpo, que le aterraba, que en un primer
momento no supo quién lo había tocado y estado dentro de él o si estaba
contaminado. Ella sufre este triste e indignante calvario, el cual estará por
siempre clavado en su mente, por haber sido víctima de una aberrante actividad sexual ejecutada sin su
consentimiento.
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