Sin haberse disipado el
dolor causado por las víctimas de los recientes atentados, una traicionera
celada segó la vida a cinco policías blancos, durante una marcha pacífica
convocada para protestar por la muerte de dos afroamericanos a manos de la
policía. La masacre, que hirió de muerte a la estrella solitaria, ocurrió en
Dallas (Texas), la ciudad donde fue asesinado por un francotirador el
presidente John F. Kennedy.
Las averiguaciones de
esta matanza apenas comienzan y tomará un tiempo prudencial para que conozcamos
el trasfondo de este horrible crimen racial, ejecutado por Micah Johnson, un
afroamericano, veterano de la guerra de Afganistán.
Mientras
las autoridades indagan, deploramos desde el fondo de nuestro corazón este
malévolo atentado perpetrado a sangre fría, reprobamos el manido planteamiento
que los fines justifican los medios y nos oponemos categóricamente a la
descontrolada venta de fusiles de asalto a la población civil.
El odio no es el
arma idónea para dirimir posiciones encontradas, disparar balas a mansalva no
soluciona los problemas entre los seres humanos, así como la venganza tampoco
cicatriza las heridas raciales. Es preciso que el amor y la tolerancia imperen entre
los hombres y mujeres de buena voluntad, para lograr edificar un pacífico y
justiciero mundo mejor.
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