Desde hace casi un año,
el paso por la línea divisoria que separa a Venezuela con Colombia, se mantiene
cerrado por orden del régimen venezolano y sólo se permite que atraviesen
enfermos y escolares gracias a corredores humanitarios. Ese límite es la
permeable frontera entre la escasez y la abundancia, mientras que en Venezuela
la revolución bolivariana ha logrado que el hambre transite por las calles, sus
vecinos fronterizos gozan de una eficaz disposición para poder satisfacer sus
necesidades alimentarias.
En
la ciudad limítrofe de Ureña, la penuria y el desespero llevó a cerca de un millar de valientes mujeres,
autodenominadas las Damas de Blanco, a romper el férreo asedio militar,
atravesar el puente Francisco de Paula Santander que separa ambas naciones y
llegar hasta la ciudad de Cúcuta, para adquirir los alimentos de los cuales
están privadas. A diferencia de sus homólogas cubanas, en lugar de llevar
gladiolos en sus manos, de regreso cargaron bolsas repletas con aceite, azúcar,
harina, leche y una buena provisión de papel sanitario.
Ante
esta incontrolable crisis humanitaria, Nicolás Maduro tildó la intrépida acción
de las damas como un show mediático y luego de calificarla como otro componente
de la guerra económica, no le quedó otra alternativa que permitir un nuevo
tránsito, por temor a un peligroso estallido social.
Esta vez miles de hombres y mujeres
partieron desde San Antonio, cruzaron el puente Simón Bolívar, se abastecieron
durante 12 horas en Cúcuta y regresaron a sus hogares repletos de comida para
sus hijos.
Esta
pasajera medida no es una solución a largo plazo, no se puede esperar que
autoritariamente se abra una frontera para mitigar la miseria de un país. Esto nos hizo reflexionar sobre la
sabia voz popular, cuando de manera acertada enunció, que esta disposición fue
pan para hoy y hambre para mañana.
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