Nuevamente los
genocidas del Estado Islámico cubren con sangre una apacible ciudad. Los
asesinos sembraron el pánico en dos sitios del trasporte público de Bruselas,
corazón de la Unión Europea y de múltiples organizaciones internacionales.
Después de los criminales atentados, entre escombros, polvo y humo, quedaron
dantescas escenas con cuerpos mutilados, niños llorando al lado de parientes
muertos y desorientados pasajeros corriendo para ponerse a salvo. Nada ni nadie
puede justificar estos repugnantes crímenes perpetrados por extremistas
radicales. Los fines bien sean religiosos, políticos, económicos o de cualquier
índole, no justifican jamás utilizar la muerte para intentar imponer ideales. El
mundo libre y civilizado no puede vivir esperando otro ataque criminal, urge a
las naciones crear un frente común contra este tipo de atrocidades, los aliados
por la paz, deben compartir información, estar a la ofensiva y unirse para extirpar
de raíz este peligroso flagelo que pretende imponer con actos terroristas un
sombrío califato.
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