No serán los marines
desembarcando en las playas de Varadero, ni los aviones Hércules lanzando paracaidistas
en la Sierra Maestra, tampoco se escucharán los misiles silbando sobre los
cielos de La Habana para ultimar el castrocomunismo; no habrá guerra
convencional ni mucho menos asimétrica. La invasión norteamericana será
silenciosa y sin disparar un sólo tiro. Las fragatas atómicas no atacarán y para
fortuna de las paupérrimas arcas cubanas, cruceros de lujo irrumpirán en el
puerto con legiones de turistas gringos, quienes eufóricos beberán mojitos,
consumirán lechón y fumarán habanos. De las bases aéreas estadounidenses despegarán miles de vuelos portando
cargamentos de franelas y pantalones estampados con la bandera norteamericana.
Como segunda parte de la estrategia, las hamburguesas penetrarán los paladares
y la Coca Cola asediará los tragos de la popular cuba libre. Los peloteros no
serán considerados espías costeados por el régimen cubano pues cobrarán en dólares,
las redes sociales conquistarán puntos estratégicos y la empresa privada asediará
los espacios derruidos. Después de décadas de aislamiento y guerra fría sin
ningún resultado, el imperio utilizará nuevas tácticas de penetración, intentando
instaurar el capital, la libertad y los derechos que el oprimido pueblo cubano
perdió.
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