No vamos a especular
sobre las causas que alimentan la cruenta guerra que desde hace años mantiene en
jaque a la población civil en Siria y de manera especial a los habitantes en la
ciudad de Alepo. Tampoco nos referiremos sobre los conflictos de intereses que
prevalecen en este cruel enfrentamiento entre los rebeldes que luchan contra el
ejército del genocida Bachar el Asad, el cruel dictador de Siria, y sus aliados
de Rusia, Turquía, Líbano, Irak, Afganistán, frente a los miembros del Estado
Islámico y a la otra coalición internacional liderada por los Estados Unidos. Queremos
denunciar la violencia que sufre el pueblo de Alepo y las inocentes víctimas de
este conflicto armado; seres hambrientos, sin agua potable, ni medicinas,
recluidos en una ciudad destrozada por el fuego de artillería, las bombas de
racimo, los proyectiles incendiarios, los barriles de cloro lanzados desde
helicópteros y las armas químicas vertidas indiscriminadamente sobre hospitales
y escuela.
Sus ensangrentadas calles sembradas
de cadáveres, han convertido a la que fue una floreciente ciudad con legado
histórico en una pesadilla, que siempre es interrumpida por las explosiones de
nuevas cargas arrojadas por los bombarderos rusos. Cuando vuelve la calma, los
heridos son rescatados de los escombros por una legión de valientes ciudadanos
conocidos como los Cascos Blancos y son entregados a los heroicos Médicos sin
Fronteras quienes procuran, sin los recursos elementales, salvar las vidas de
niños, mujeres y ancianos; seres vulnerables en esta horrenda carnicería. Las
personas que logran escapar del cerco, saturarán los cupos en inhumanos campos
de refugiados y los que no pueden huir de este infierno continuarán padeciendo
del verdadero terrorismo.
La ciudad está sitiada, sin suministros, sin señales de que la paz reine
pronto, tampoco se vislumbra un cese temporal al fuego que permita a corredores compasivos aliviar el sufrimiento. Los
perros de la guerra están felices, aullando por el dinero que nutre sus
ensangrentadas arcas y los criminales de la humanidad siguen cavando sin
compasión, una gran fosa común en ese quejumbroso cementerio llamado
Alepo.
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