En la Venezuela rural
la economía dependía de la agricultura y la ganadería. Juan Vicente Gómez, el
dictador castrense, manejó desde 1908 hasta su muerte en 1935, las arcas
públicas como su propia hacienda y mantuvo al pueblo como cabezas de ganado en
un gran corral.
Con la aparición del
petróleo la economía cambia drásticamente, el país se torna urbano, mono
productor, con una economía de puertos, exportando petróleo e importando los
bienes necesarios. Marcos Pérez Jiménez, un militar de carrera dirigió con mano
férrea a la nación desde1952 hasta 1958. Impulsor del nuevo ideal nacional,
aprovechó el éxito económico de la renta petrolera para construir faraónicas
obras públicas como señal de progreso. Paralela a la bonanza impuso el terror
de Estado, con fuerte represión, sin elecciones y restricción de libertad.
Con la llegada del
teniente coronel Hugo Chávez al poder en 1999, Venezuela sufre una nueva y
caótica trasformación económica. Durante su mandato el Estado, guiado desde La
Habana, será el único que explotará los bienes y servicios. Con esta
privilegiada ubicación utiliza la opulencia petrolera como arma política, expropia
empresas productivas, controla el mercado, fija los precios, domina la oferta y
la demanda, lo cual trae como consecuencia la caída de la producción nacional.
Tras la muerte del
dictador en el 2013 le sucede Nicolás Maduro, un civil sustentado por
militares. Hereda una economía desgastada, sin reservas, con la industria
petrolera en picada, una inflación record, con un desabastecimiento total y una
crisis humanitaria nunca vista. Sus constantes desatinos económicos se los atribuye
a una supuesta guerra económica proveniente del imperio y sus aliados de la
derecha. Maduro autocráticamente juega
con la economía de manera informal, sin orden ni planteamiento, con descabelladas
medidas y contramedidas monetarias, con reglas impredecibles que
lamentablemente presagiaron los tiempos de vacas flacas y de dura represión que
agobian al desahuciado país.