Notoria ha sido la
espontánea y recurrente inclinación afectuosa que Donald Trump demuestra por
Vladimir Putin. Afinidad que pudiese calificarse como un idilio político,
aderezado con piropos que alimentan el rimbombante ego que habita en ambos
personajes. Para Trump, Putin es un líder fuerte, poderoso y muy popular en
Rusia y según el presidente ruso, Trump es brillante, talentoso, pintoresco y
líder absoluto de la carrera presidencial, ante lo cual el candidato
republicano se siente honrado, ya que los halagos vienen de un hombre respetado
en su país y el mundo.
Consideramos a las
dos celebridades, aislacionistas, intransigentes, autoritarios, populistas y
carentes de tolerancia, ambos desestiman los convenios multilaterales y un
marcado nacionalismo los lleva a anunciar que nuevamente harán grandes a sus
respectivos países. Trump declara que, aunque son muy diferentes, ambos se
sienten bien estando juntos, aun cuando no se ha podido comprobar contactos
personales.
El
magnate ha buscado expandir su imperio financiero en Rusia, el certamen de
belleza en ese país, al cual no asistió Putin,los intereses comerciales
aupados por Paul Manafort, asesor político de Trump con vínculos con el régimen
ruso y las declaraciones de Donald hijo cuando aseveró que en los activos de la
organización Trump, los rusos tienen participación al recibir mucho dinero de
Rusia, dan muestra de la inclinación mercantil de Trump hacia Putin.
La
seguridad del país se estremeció cuando Trump en pleno discurso, exhortó a los
rusos a sustraer los correos electrónicos de Hillary. Así mismo vislumbramos
alto riesgo a la estabilidad nacional, ante la premisa que Rusia piratea los
correos demócratas, vulnerando las elecciones para favorecer al hombre de
negocios.
En esta peligrosa compenetración de dos almas
gemelas, nos da la sensación que Trump pretende que Rusia sea grande otra vez.
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