Desde hace cuatro años
navego, por las tranquilas aguas que enfrentan al puerto de Miami, en una
inalterable embarcación capitaneada por la intrépida Noor Blazekovic. Yo, viejo
pirata del mar Caribe, encontré cobijo como polizón en ese velero que se
adentra en proyectos artísticos por los siete mares de la imaginación. Un día
no muy lejano, tomado de la mano de la inquietante Niña Belisa, cubrimos con blanco
y negro la portada de la invariable publicación y junto al dragón que con sus
fauces abiertas la intentó poseer, recorrimos importantes fondeaderos de arte
internacionales.
En
nuestra más reciente travesía surcamos el lago Michigan, navegamos por las
frías y ventosas aguas del río Chicago y atracamos luego de diez reconfortantes
años de recorrido en el Centro de Arte de los hermanos Zhou. Allí nos esperaban
amplios espacios que fueron cubiertos con obras de arte de significativos
creadores y bajo la rigurosa mirada de Sergio Gómez, curador del centro y el
limpio montaje de Alejandro Mendoza, primer timonel del persistente barco, la
exposición abrió sus compuertas, inundando las expectativas del numeroso
público asistente. La proa de esta nave irreversible seguirá hacia otros
desconocidos horizontes, su inquieta brújula apuntará hacia nuevas aguas jamás
recorridas por la volátil fantasía y atracará plácidamente en lejanos muelles de
la perseverante ficción.
Edwin Villasmil
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