Acabaron con la
hacienda, regalaron lo ajeno y dilapidaron el tesoro nacional. Expropiaron y
destruyeron fuentes productivas, saquearon las reservas y convirtieron a la
industria petrolera y al Banco Central en su caja chica. Durante años robaron,
traficaron, lavaron y se asignaron los dólares a los cambios por ellos
pautados. Venezuela el otrora rico y próspero país está sumido en una profunda
crisis humanitaria sin precedentes. El régimen está desesperado, sabe que lo
que se avecina son peligrosos nubarrones que amenazan su mediocre permanencia
en el poder. Escasez es el derrotero de un pueblo humillado hasta el cansancio,
su vida transcurre en largas e interminables colas buscando inútilmente
abastecerse. Para colmo de males en lugar de reconocer el fracaso del
socialismo de este siglo y virar la destartalada nave a fecundos cambios económicos,
tienen el descaro de intentar manejar esta emergencia económica por medio de un
decreto, cuya base es un enigma que no quieren dar a conocer públicamente. Este
nuevo dictamen, especie de cheque en blanco, incita a las insaciables aves de
rapiña a rebuscar entre los escombros los últimos bienes asequibles.
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