El 22 de
abril se celebra, desde 1970, el Día Mundial de la Madre Tierra. Como todos los
años escucharemos emotivas acciones para preservar al planeta azul. Los
alcaldes de las capitales plantarán un árbol, los ambientalistas hablarán de
contaminación, superpoblación y conservación, en las escuelas los niños harán
dibujos alusivos al tema y las maestras los colgarán en una cartelera, los
científicos dictarán conferencias sobre la interdependencia entre el ecosistema
y los seres vivos, Greenpeace tomará por asalto una plataforma petrolera en las
frías aguas del ártico, los industriales levantarán proyectos para explicar las
bondades del desarrollo sostenible, los diarios publicarán artículos, los
comercios celebrarán el día vendiéndo productos verdes. Para asegurar que se
preserven para las generaciones presentes y futuras las bondades de la
naturaleza, las naciones desarrolladas firmarán convenios y tratados, se hablará
de energía limpia y se condenará el uso del carbón, habrá demostraciones contra
el agujero de la capa de ozono, la contaminación del aire, de ríos y mares, los
derrames de petróleo, el dióxido de carbono, la caza de especies protegidas, la
sobrepesca, la tala, la quema y la chatarra espacial que circunda a la Tierra.
Con el nuevo amanecer, recordaremos con recelo los discursos, conferencias,
demostraciones, proyectos, publicaciones, ofertas, tratados y las sanciones de
un día en honor a nuestro gran hogar. En la Florida, a los empleados del Departamento
de Protección Ambiental, encargados de velar todos los días por la Madre
Tierra, se les prohibió utilizar los términos calentamiento global, cambio
climático y sostenibilidad. Mientras el escéptico gobernador Rick Scott
desmiente haber dado esa orden ejecutiva, las temperaturas se incrementan y el
nivel del mar sube pausadamente, amenazando las costas del estado.
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