Al final no les quedó más
remedio que despojarse de la falsa careta democrática que ufanamente lucían
ante los ojos del mundo. El régimen dictatorial venezolano bajo la figura de un
solo individuo, el autócrata Nicolás Maduro, ha ordenado una vez más a sus
fieles acólitos a desconocer de manera flagrante la Constitución elaborada por
su predecesor Hugo Chávez, el mal llamado comandante eterno.
La negativa a un referendo
revocatorio para impedir que a través de un proceso democrático la oposición logre
el poder, el colocar múltiples trabas, para someter la consulta con un
plebiscito que dejaría sin efecto el mandato de Maduro en la presidencia,
constituyen una evidente violación a la ley fundamental de un Estado
democrático. Pero todo es posible con el Poder Público Nacional de la nación
bolivariana, donde desgraciadamente los poderes no están separados. El Poder
Ejecutivo, desde la silla del Palacio de Miraflores, ejerce despóticamente el dominio
total en provecho de una minoría que lo secunda, el tirano dictamina los pasos
a seguir del nada imparcial Poder Electoral, controla el Poder Ciudadano que en
lugar de proteger al pueblo,viola sus derechos, mantiene de rodillas al Poder
Judicial y a una Corte Suprema de Justicia, con una balanza que siempre se
inclina a favor del chavismo y un Poder Legislativo de manos atadas y con la
amenaza latente de eliminar a la opositora Asamblea Nacional.
El verdadero poder popular, el de
la calle, el que padece enfermedades que no puede curar, el hambriento y
desnutrido, el que sufre discriminación, que es injustamente perseguido, encarcelado
y torturado sin misericordia, el pobre pueblo de una nación rica en recursos,
presionado por la inflación más alta del mundo y agobiado por una inseguridad
en todos los campos, el bravo pueblo que se manifiesta y reclama su anhelada
libertad, ese que no se deja someter, romperá un día no muy lejano las
oprobiosas cadenas que lo atan y posiblemente estarán manchadas con sangre,
porque esa cruel dictadura desconoce la palabra tolerancia y no tiene la más remota
disposición de abandonar el poder pacíficamente.