Había una vez, en un
lugar de la Mancha, un caballero de cincuenta años, flaco de carnes aunque de
recia constitución anatómica, adicto a la cacería y gran madrugador. Montaba un
caballo de mala figura y poca alzada y en sus manos portaba un viejo escudo de
cuero y una desgastada lanza puntiaguda. Acompañaba al ingenioso hidalgo un
obeso escudero, sencillo, pacífico, poco brillante y un perro de hocico y rabo largo.
Más o menos así comienza El Quijote, obra cumbre de la literatura universal,
novela caballeresca escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, soldado y
escritor español fallecido hace 400 años. Para honrar al autor del justiciero caballero
de triste figura, la UNESCO impulsó el 23 de abril como el Día Mundial del
Libro y el Instituto Cervantes, para celebrar la importancia de una de las
lenguas más hablada y escrita en el mundo, organiza y promueve el Día del Idioma
Español desde el 2009. Nuestro idioma no es
estático, sufre transformaciones por palabras que provienen de otras lenguas y
sabe adaptarse a cambios fundamentales ante la llegada de nuevos usos,
costumbres y giros idiomáticos propios de diferentes regiones y de una sociedad
que evoluciona con el paso del tiempo. Sin caer en un purismo exacerbado
debemos cuidar, promover y defender el lenguaje de Cervantes, como rica
herencia cultural para futuras generaciones de hispanoparlantes.
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