Evidentemente Cuba es
el último grito de la moda y su resonancia parece ser producida por un cercano
capitalismo de Estado. A la necesitada isla siguen llegando dignatarios ofreciendo
acuerdos de cooperación y condonando deudas. Celebridades del espectáculo acaparan
la atención mundial al interpretar, en lenguas antes prohibidas, conciertos
multitudinarios. Actores de Hollywood conducen automóviles de alta cilindrada por
las calles habaneras, intentando competir sentimentalmente con los antiguos
autos que recuerdan almendrones de colores vivos. De los cruceros bajan turistas sedientos
de ron, tabaco y Tropicana, mientras que de los aviones descienden científicos,
estudiantes y gente chic, deseosos de constatar en vivo una nación que está congelada
en el tiempo, o sea, pasada de moda. Los empresarios no se quedan rezagados y
presurosos ofrecen capital, pero no el de Karl Marx sino el de su tocayo Karl
Lagerfeld, zar de la alta costura y diseñador de artículos de lujo de la Casa
Chanel.
Con las
últimas tendencias en prendas de vestir, la evocación a Coco aterrizó recientemente
en La Habana, sus espigadas modelos de andar felino desfilaron, por la
improvisada pasarela del Paseo del Prado, ataviadas con coloridos atuendos de
corte caribeño, franelas estampadas con la subliminal frase: “Viva Coco Libre”
y luciendo como complemento boinas a la usanza guerrillera. La policía
estableció férreo control en el área y sólo permitió la asistencia por estricta
invitación. El proletariado, siempre ignorado y lleno de carencias, fue
convidado de piedra en esta elitista celebración, el cubano de a pie, perseguido
por intentar mostrar veleidades pequeño burguesas, es obligado por la
revolución a vestir con ropa cortada por el mismo patrón, el pueblo no conoce
de lujos y el lujo, como decía Coco, es una necesidad cuando no exista la
necesidad.