Como todas las capitales latinoamericanas, Caracas está rodeada por cinturones de miseria. Esas zonas marginales nacieron con el éxodo de una población rural hacia las grandes ciudades, en la busqueda de una vida más placentera. En esas comunidades populares, Nicolás Maduro, siguiendo el ejemplo de Fidel Castro, anunció que instalará defensas antiaéreas, con el fin de defender a Venezuela de los ataques de una aviación imperialista. Esos barrios densamente poblados estan enclavados en cerros de gran pendiente, a los cuales es difícil acceder; sus angostas calles llegan hasta un punto muerto y para alcanzar la cima hay que zigzaguear empinadas escalinatas, las cuales estan tomadas por el hampa. Ignoramos como el ejército bolivariano transportará esa pesada artilleria por esos laberintos y como serán recibidos los portadores del material bélico. La locura de este plan armamentista, iniciado por el difunto Hugo Chávez, no tiene parangón, el hecho de colocar las baterias antiaéreas en ese enclave, en caso de una supuesta negada invasión de los Estados Unidos, convertiría a la población civil en carne de cañón, contraviniendo tratados internacionales de derechos humanitarios, de los que Venezuela es signataria. Por otro lado si el imperio del norte decidiera embarcarse en dicha aventura, no serían suficiente todos los misiles comprados a Rusia para detener un ataque de los ponderosos aviones estadounidenses. Pensamos que Maduro y sus asesores cubanos debieran buscar otra artimaña para desviar la atención sobre los grandes problemas que afectan al país y utilizar esos equipos para derribar la harina de maíz imperialista, la leche en polvo extranjera , el aceite enemigo y los invasores rollos de papel sanitario, que están por las nubes.
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