Los Estados Unidos acaban de completar un emocionante ciclo de viajes científicos al espacio. El aterrizaje del transbordador Atlantis cerró con nostalgia y alegría 30 años de exploración sideral por parte de la NASA. Atrás quedó la carrera espacial que enfrentó a Rusia, la perra Laika y al cosmonauta Yuri Gagarín, con John Glenn, el primer estadounidense en orbitar la tierra. Luego vendría el alunizaje y la clavada de la rígida bandera norteamericana en la superficie lunar por el astronauta Neil Armstrong, seguido en televisión por millones de atónitos espectadores en todo el mundo.
Con el cierre del programa de transbordadores, la fúlgida luna, ese cuerpo celeste que gira alrededor de la tierra, reflejando la luz del sol e inspirando a poetas y compositores, es cosa del pasado; ahora un cráter marciano donde hubo agua y un asteroide cercano son las nuevas metas de la NASA, dejando abierta la ruta lunar a empresas privadas.
Pero no todo en el espacio es color de rosa, existen más de 20.000 piezas de basura circulando la órbita terrestre; pedazos de cohetes, satélites y estaciones destruidas y abandonadas por los paises involucrados en la nueva era de la conquista sideral. En varias ocasiones la Estación Espacial Internacional ha recibido el código rojo de seguridad, cuando piezas se acercaban a gran velocidad, con el riesgo de una peligrosa colisión.
Que desgracia, no contentos con llenar la Tierra con desechos, ahora contaminamos los espacios infinitos.
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