Un premio se confiere como un reconocimiento al buen desempeño en una actividad. Hugo Chávez acaba de ganar postmortem, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 2013, inmerecido galardón, puesto que el déspota comandante monopolizó los medios de comunicación, expropió sede y equipos de RCTV, cerró 33 emisoras de radio, persiguió ferozmente a profesionales de la prensa y acorraló a Globovisión, último bastión de información veraz, la cual asfixiada fue vendida recientemente a cómplices del régimen. Dichas acciones estuvieron orientadas para despojarle a los ciudadanos el derecho de acceso a la información múltiple, al pensamiento crítico y a la libertad de expresión. Estos continuos desmanes convirtieron la palabra del comandante en la única opción válida a la hora de interpretar los acontecimientos. El Colegio Nacional de Periodistas ante esta ilógica disposición, argumentó que Chávez no era periodista y que para poder optar a dicho premio, el postulado debía ser egresado de una universidad reconocida y estar agremiado. El genuflexo jurado respondió que no era necesario tener un título o carnet para recibir esa distinción y que se le confirió por haberle devuelto la palabra al pueblo venezolano y por su lucha contra la mentira y la manipulación mediática.
Nicolás Maduro, el otro laureado, recibió en Roma el Premio de Alimentación otorgado por la FAO, por haber logrado multiplicar la producción de alimentos y vencer la desnutrición, objetivos del programa “Reto del Hambre Cero”. Esta recompensa la recibe mientras en el país la producción de alimentos está practicamente paralizada y con una grave escasez de comida que pone en peligro la nutrición del pueblo. No nos sorprendería que Venezuela, postulada por Cuba en el seno de las Naciones Unidas, reciba un día el premio por la defensa de los derechos humanos.